El robo del otro siglo: Érase una vez un banco

Crónica

Mucho antes que el primer caso de COVID-19, la variante Delta y las infinitas e injustificadas mofas por los completos mojados colocaran a Talca en el primer lugar de «ciudades detestables» para el resto de los chilenos, en su mayoría santiaguinos que creen que viven en Dinamarca o algún país del primer mundo, hubo un personaje siniestro e infame que provocó un desfalco que ocuparía un lugar clave en la historia nacional.

Estamos hablando, cómo no, de Sebastián Piñera. Corría el año 1982 y las piñericosas, esa propaganda electoral disfrazada de chiste inocente llevada a cabo por The Clinic, todavía no asomaban en el horizonte. Entre 1979 y 1980, el ahora inolvidable presidente era gerente general del Banco de Talca. Fiel a su formación como Chicago boy, adalid sin vergüenza del modelo neoliberal, guerrero de la ideología de Friedman, creó lo que entonces se conoció como «empresas de papel». ¿El resultado? Una deuda que ascendía a la no despreciable cifra de US$38 millones de la época.

El responsable del desfalco no encontró mejor estrategia que hacerse el Larry. Es decir: se dio a la fuga. De acuerdo al testimonio entregado por Cecilia Morel al Segundo Juzgado del Crimen, Piñera «tomó conocimiento de su orden de detención por lo que abandonó este domicilio sin rumbo conocido, ya que incluso de ello me enteré por otras personas, pues ni siquiera se despidió de mí, ni tampoco me dio explicaciones de su determinación. No sé en qué lugar se encuentra, pero sí sé que con sus abogados tratan de dar solución a su situación. El 29 de agosto me enteré por la prensa sobre la causa que estila mi marido».

Pero todavía hay más: en su libro 1979: el zarpazo al Banco de Talca,Pedro Ayala Flores relata una anécdota particularmente divertida e ilustradora de las características del ladrón profesional con mayor salud del país: Ayala y Piñera iban de viaje desde Talca a Santiago en el Peugeot 404 del primero. «¿Qué le pasa a las luces de su auto, Ayala?», pregunta Sebastián en un momento. «Nada, es lo único bueno que tiene este auto» responde Ayala, calmo. «Es que los vehículos que vienen en contra me hacen señales insistentemente», le dice Piñera, «y yo voy manejando bien». «El auto va en la dirección correcta, pero por la pista equivocada», respondió Ayala. La escena podría prestarse para varias metáforas. A nosotros en cambio nos recuerda al tweet de Donald Trump frente a las inusuales heladas que azotaban la costa Este de los Estados Unidos: «¿No era que había calentamiento global?».

Quizá a los abogados y policías a cargo les bastaba una sola cosa para encontrar al prófugo: buscar el único auto que iba contra el tránsito.

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