Jenaro: el «dueño» de la Luna

Crónica

Hace un par de años Freud se preguntaba: «¿De qué valdría el espejismo de ser dueño de una gran propiedad agraria en la Luna, de cuyos frutos nadie ha visto aún?» Para el talquino Jenaro Gajardo Vera, abogado, poeta y pintor, ese espejismo le valió una fama insospechada. Aunque nació en Traiguén en 1919, la quijotada de declarar a nuestro satélite natural como propiedad suya la llevó a cabo mientras residía en Talca. El 25 de septiembre de 1954, Gajardo Vera se presentó ante el notario de Talca, César Jiménez, y solicitó dejar constancia que se declaraba poseedor de la luna, describiendo sus medidas y límites.

Con gran audacia y conforme a las leyes nacionales, luego de la inscripción de la escritura efectuó las publicaciones correspondientes en el Diario Oficial, dando la oportunidad a quien ya tuviera algún derecho sobre el terreno pudiese impugnar la solicitud. Según señala la escritura: «Jenaro Gajardo Vera, abogado, es dueño desde antes del año 1857, uniendo su posesión a la de sus antecesores, del astro, satélite único de la Tierra, de un diámetro de 3.475 kilómetros, denominada Luna, y cuyo deslindes por ser esferoidal son: Norte, sur, oriente y poniente, espacio sideral. Fija su domicilio en calle 1 oriente 1270. Jenaro Gajardo Vera, Carné 148745, Ñuñoa Talca, 25 de Septiembre de 1954».

Según cuenta la historia, enterados de la adquisición, el Servicio de Impuestos Internos (SII) envió un par de inspectores para el cobro de las contribuciones respectivas. Frente a ellos, Don Jenaro dijo no tener problema en reconocer la deuda, si bien exigió, en conformidad a la ley (como buen abogado), que el SII visitara la propiedad para efectuar su correspondiente tasación. Los inspectores no volvieron a aparecer. Lo más llamativo de la historia, es que previo a la misión Lunar del Apolo 11, Gajardo, en conformidad a las disposiciones legales internacionales, gestionó la revalidación de su dominio en Washington

Hay que recordar que Gajardo formó parte del grupo Coalma junto a Mario Poblete Oyarzún y Osvaldo Montero. El cronista Mario Verdugo ha escrito que «Dedicaron libros a los niños de Vietnam y formaron un Comité de Recepción para los Primeros Visitantes Extraterrestres. Rechazaron el auge del fútbol y alertaron sobre el predominio del robot. Defendieron el supremo valor de la belleza y acabaron presentando un proyecto de ley que financiaría la jubilación de los artistas con un impuesto cobrado a la Bilz, a la Pap y a la Coca-Cola». Jenaro no estaba solo en sus pachotadas y a su modesta manera se nos presenta un adelantado en cuestiones de soberanía fuera de la Tierra mucho antes que Elon Musk o el dueño de Amazon.

Don Jenaro, según explicó, tenía dos grandes objetivos al realizar esta acción. El primero era efectuar un acto poético de protesta interviniendo en la selección de los posibles habitantes del satélite. Gajardo planeaba habitar un mundo sin violencia, envidia, odio ni vicios. La segunda razón era comprar la Luna para poder formar parte del Club Social de Talca, para el cual era requisito de afiliación tener alguna propiedad: la alta sociedad local era quisquillosa con los pijes y aparecidos. Gajardo, artista de fuste, no quería ser menos y lo que hoy podría ser un acto de psicomagia fue su pase de entrada a las altas cúpulas de la élite terrateniente talquina.

Pero Gajardo no pretendía fundar un imperio. Sin lucrar ni percibir jamás dinero alguno por su presunta posesión, dejó escrito en su testamento antes de morir: «Dejo a mi pueblo la Luna, llena de amor por sus penas». Otros fueron más modestos: por ahí un tal Allende ofreció las Alamedas, no para pasar las penas sino para caminar libre y raudo. Cada cual puede elegir: las calles de la ciudad o los cráteres lunares; ciudadano o selenita. Para gustos, colores.

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