Hay hechos, sucesos, que son una invitación abierta a recordar, una carta que nos llama a transportarnos, a través de una especie de máquina del tiempo, a alguna época específica. Lamentablemente, en ocasiones, esos hechos y sucesos que nos invitan a la nostalgia no son buenos o, al menos, vienen a cerrar en forma definitiva un ciclo de nuestra historia.
En eso pensé cuando me enteré, y luego vi, la demolición de la olvidada estructura que acompañaba a buena parte de la calle 4 Oriente entre 1 y 2 Norte. Aquel edificio con el cual el terremoto del año 2010 no tuvo piedad, botando cada muro y techumbre, y dañando lo suficiente las que quedaran de pie, para evitar que fuese posible su reconstrucción. Y así pasaron los años, más de una década. Aquella calle que marcó mi época escolar se convertiría en una ruina urbana más de esta triste y golpeada ciudad.

Y sí. La actual noticia de la demolición de esta gran estructura me invitó a volver a los años de pingüino. El de esas clases que a ratos se hacían eternas, de los breves pero inigualables recreos, y los de la dicha eterna de ver llegar la hora de salida. Y luego del timbre, directo a la antigua Plaza Cienfuegos, la de los árboles, artesanos y su inmensa pileta. Parada obligada para alguna improvisada pichanga entre compañeros, o algún completo en los carritos, si es que había monedas suficientes.
Ya son las dos de la tarde, y en casa me esperan. Y subirse a una Matadero Estadio a esa hora era todo un desafío, por no decir una odisea. Pero antes, quedaba algo por hacer. El destino era Salo, la única sucursal en Talca de esta empresa chilena de álbumes de láminas. La cantidad de personas que visitaban este lugar era tal, que al parecer subirse a una Matadero Estadio no era tan terrible después de todo. Y al llegar, es difícil olvidar aquella tienda con sus pronunciadas escaleras al ingreso, su alto techo y aquellos estantes que deslumbraban por la cantidad de álbumes, accesorios y premios que había a la vista.
Yo, frecuentemente con la ingenua y mágica ilusión de lograr completar algún álbum, de los tantos que compré o me compraron. Esto, con la dicha de obtener un sobre que entregara excelentes láminas o bien, el intercambio de láminas repetidas con algún fanático desconocido que acechaba el lugar con las mismas intenciones. En días en los que los álbumes han vuelto en gloria y majestad, cómo olvidar mi álbum de Dragon Ball Z, de Los Prisioneros o el de Los Caballeros del Zodiaco. Cuánta nostalgia…

Y como si fuese el triste azar del destino, el 2010, mismo año en que el local se destruyó a causa del terremoto, también la empresa chilena de álbumes se declaraba en quiebra, terminando con casi 50 años de historia y diversión. Creada el año 1962 por don Salomón Melnick, un reconocido confitero de la época que se atrevió, durante la efervescencia futbolera del Mundial de Fútbol celebrado en Chile, para diversificar sus actividades y crear un álbum de figuritas.

Lo demás es historia, misma historia que podemos contar quienes disfrutamos y convertimos a Salo, en una verdadera tradición, en un mito y en una leyenda. Hoy, ese lugar que muchos niños talquinos y talquinas visitaron, deja caer sus muros para dar paso (de seguro) a algún proyecto inmobiliario que buscará devolverle la vida a esa calle que, alguna vez fue nuestra.